Frankfurt del Oder (Alemania/Euractiv.de/.es) – Me llevó no menos de siete intentos toparme, por fin, con un control policial a lo largo de la frontera alemana con Polonia.
Llevaba un día recorriendo las praderas y colinas que separan Polonia de Alemania en busca de los controles que supuestamente convertirían el país en una fortaleza impenetrable para los solicitantes de asilo y los inmigrantes ilegales.
Esa fue una de las principales promesas del canciller alemán, Friedrich Merz (CDU/PPE), en vísperas de las elecciones nacionales de finales de febrero.
Muy afectado por el ataque con cuchillo a manos de un solicitante de asilo afgano cuyo expediente fue rechazado, con un saldo de dos fallecidos, entre ellos un niño de dos años, Merz prometió reducir la inmigración ilegal «controlando permanentemente las fronteras de Alemania con todos nuestros vecinos y rechazando todos los intentos de entrada ilegal, sin excepción».
En su primer día, el ejecutivo de Merz anunció que intensificaría los controles fronterizos y rechazaría a la mayoría de los solicitantes de asilo.
Sobre el terreno, sin embargo, la supuesta ofensiva parece menos contundente.
En mi viaje por la región fronteriza oriental, sólo me topé con controles después de buscar intensamente el puesto de control permanente entre esta ciudad fronteriza (no confundir con el centro financiero al oeste) y Słubice, su ciudad gemela polaca al otro lado del río Oder.
Los agentes pararon el espacioso todoterreno que conducía para comprobar qué llevaba en el maletero y preguntarme qué había estado haciendo en Polonia. Pero, para entonces, yo ya podría haber introducido en el país camiones cargados de solicitantes de asilo sin mucho esfuerzo si hubiese querido.
Caos jurídico
Las lagunas policiales eran inevitables: Alemania comparte 4.000 kilómetros de frontera terrestre, cosida con 4.545 carreteras y caminos, por no mencionar vastas extensiones de campo abierto: la «frontera verde».
Los estrategas de la CDU habían enmarcado la promesa de Merz como una necesidad política, entre otras cosas para mantener la credibilidad tras el ataque con arma blanca y evitar que los votantes se pasaran a la formación ultra Alternativa para Alemania (AfD), la segunda fuerza en el país.
Pero el intento de cumplir una promesa se ha convertido rápidamente en una vergüenza a todos los niveles, empezando por el jurídico.
Alemania ya ha aplicado controles en sus fronteras, invocando una excepción al espacio Schengen, la zona sin controles interiores.
Sin embargo, los predecesores de Merz, empezando por Angela Merkel (CDU), se abstuvieron de rechazar a los solicitantes de asilo, temerosos de socavar el frágil sistema europeo de asilo.
El denominado sistema de Dublín obliga al primer país de la UE al que llegan los solicitantes de asilo a tramitar sus solicitudes. Los países donde suelen llegar primero, los dejan seguir a Alemania.
Desde que Berlín rechaza a los solicitantes de asilo sin comprobar a qué país deben ser devueltos, como sería preceptivo, la cooperación europea se ha roto, al menos sobre el papel.
Alemania invocó el artículo 72 del Tratado de la Unión Europea, que permite a los Estados miembros hacer caso omiso de las normas de la UE en casos de amenaza al «orden público».
Pero el pasado lunes, un tribunal de Berlín declaró ilegal esa justificación por falta de pruebas, en un caso de tres solicitantes de asilo que fueron rechazados en Fráncfort del Oder.
El gobierno asegura que no se detendrá, con el argumento de que el tribunal se pronunció sobre un caso individual. Sin embargo, la decisión allana el camino para impugnar judicialmente los rechazos individuales y podría molestar al socio de coalición de Merz, el Partido Socialdemócrata (SPD/S&D), que le instó «coordinar» las devoluciones con los vecinos europeos.
«El gobierno sabe que se encuentra en un terreno jurídico inestable», asegura Daniel Thym, un experto en derecho migratorio de la UE, al tiempo que añade que ningún país de la UE ha logrado argumentar de manera sólida un caso relacionado con el artículo 72 ante el Tribunal de Justicia de la UE (TJUE).
Un caso de este tipo se acabará dilucidando con el tiempo: Thym señala que podría tardar meses o incluso años en resolverse, lo que permite a Alemania seguir con su política.
Mucho ruido y pocas nueces
La sentencia no cambiará la realidad sobre el terreno.
El Ministerio alemán del Interior informó recientemente de un aumento del 45% en la media de rechazos semanales de inmigrantes en las dos primeras semanas de la nueva política de Merz – de 576 a 838- pero sólo 87 de las personas devueltas eran solicitantes de asilo, mientras que 1.535 personas solicitaron asilo en Alemania durante el mismo periodo.
Entre bastidores, los democristianos manejaron ambiciosas estimaciones sobre el número de personas que podrían ser interceptadas si se aumentaran los recursos, pero esas proyecciones provocan la risa de quienes deben hacer cumplir las normas.
El gobierno ha enviado 3.000 agentes más a las fronteras. Sin embargo, el puesto de control de Fráncfort del Óder demuestra que el esfuerzo suele generar poco valor añadido. En el control de mi coche había ocho agentes.
En ese proceso, que requiere mucho trabajo, dos agentes señalan los vehículos sospechosos, mientras otros dos o más se ocupan de cada coche que se introduce en una gran carpa para un control minucioso.
La policía federal alemana, la Bundespolizei, asegura que pueden desplegarse agentes para vigilar de manera encubierta tramos fronterizos «incluso donde no parece que hay fuerzas uniformadas», pero es fácil encontrar a profesionales que afirman que el esfuerzo global tiene escaso impacto.
Los traficantes de personas envían habitualmente conductores de prueba para explorar las rutas, dicen, lo que hace que los controles sean fáciles de eludir, como pude comprobar de primera mano.
Y los solicitantes de asilo que son capturados suelen intentarlo de nuevo en otro lugar, tras ser empujados de un lado a otro «como pelotas de ping pong», asegura Karl Kopp, director ejecutivo de la ONG proinmigración Pro Asyl.
Controles fronterizos en Fráncfort.
¿Un ajuste de cuentas?
La verdadera cuestión es cuánto tiempo podrá el gobierno alemán mantener esta apariencia de acción, y en qué medida.
El Sindicato de la Policía ha advertido de que el ritmo actual de los controles es insostenible, con turnos exigentes que sólo se pueden mantener durante «algunas semanas».
En cuanto a la reducción de las llegadas, Thym cree que los controles pueden funcionar, en el mejor de los casos, como una señal de «disuasión» para los solicitantes de asilo. Las cifras de inmigración ya empezaron a descender antes de que Merz asumiera el cargo.
Thym considera que el efecto más probable se producirá en el ámbito político en otros países si los halcones europeos de la inmigración se unen a Alemania en su presión para endurecer las normas de asilo.
«Puede que acaben uniéndose (…) en lugar de discutir sobre rechazos y traslados de Dublín», subraya.
Los críticos con la medida alegan que conlleva un elevado coste humano.
«Ha sido a costa de los más vulnerables», asegura Clara Bünger, diputada de La Izquierda (Die Linke) y especializada en política migratoria, al tiempo que advierte de que la política sustituye la solidaridad por el aislacionismo, y que «Europa lo pagará caro».
Ese daño es más visible en los muy frecuentados cuellos de botella del tráfico fronterizo, donde Alemania mantiene puestos de control permanentes.
Los alcaldes de Estrasburgo y Kehl -ciudades hermanadas como Fráncfort y Słubice- denunciaron recientemente la congestión y el trastorno económico que causan los controles entre sus ciudades.
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(Editado por Martina Monti/Euractiv.com y Fernando Heller/Euractiv.es)
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