Algunos españoles cambian el fútbol por la pesca y se hacen a la mar

Bruselas/Madrid (Euractiv.com/.es) – Un futbolista reconvertido en pescador en el Pacífico y una hija testaruda con un barquito en Barcelona: tienen poco en común salvo el amor por la pesca, un sector al borde de una crisis demográfica.

«Buenos días, buenas tardes, o lo que sea por allí», dice Unai Ruiz-Zeberio Almandoz, de 25 años, en una nota de voz enviada desde un barco pesquero en medio del océano Pacífico. Cuando se le pregunta por su ubicación exacta en una respuesta, vacila. «No puedo decirlo con exactitud porque nunca tomamos la misma ruta. Siempre seguimos a los peces. Si los peces van hacia el norte, nosotros vamos hacia el norte», dice.

En su ciudad natal, Donostia-San Sebastián, Unai es conocido como el ex portero que hace poco colgó las botas y cambió la segunda división por la pesca del atún.

La combinación de una lesión de rodilla -una pesadilla para cualquier jugador- y la desilusión con el mundo del fútbol le obligaron a dejarlo. «Mi caso no es muy común. Siempre me ha gustado la pesca, desde niño (…) pero empecé a jugar al fútbol, y se me daba bien», afirma.

Ahora está pasando cuatro meses en el mar para sacarse el carné de capitán de pesca de altura. Después de volver a casa por un tiempo, volverá a navegar otros cuatro para cerrar su formación.

«Embarqué en Ecuador, y ahora nos dirigimos hacia el oeste, frente a la Polinesia Francesa, al sur de Hawai, a una isla-país llamada Kiribati. Está justo en medio, entre Australia y América Latina», explica.

Normalmente no son muchos los veinteañeros dispuestos a enrolarse para pescar en los océanos de todo el mundo en una profesión que tiende a envejecer cada año. Los datos de la UE muestran que alrededor del 70% de los pescadores de países como Italia y Grecia tienen más de 40 años.

Ante el envejecimiento y también la disminución de la mano de obra pesquera, Bruselas prometió una «estrategia de renovación generacional» para 2027.

Pero Unai dice que la vida a bordo podría ser peor.

«Cada uno tenemos nuestro camarote, un cocinero cocina para nosotros, nos limpian la ropa y podemos ducharnos todos los días», dice en otra nota de voz, al tiempo que añade que el inconveniente es, por supuesto, echar de menos a sus seres queridos. Cuando la tripulación no está pescando atún, Unai se ocupa de la seguridad en el barco y vigila por la noche; dice que la entrevista le ayudó a «matar el tiempo» durante las horas aburridas.

«Es un trabajo decente, como cualquier otro, y el sueldo es bueno», asegura.

Aun así, Unai sabe que puede ser difícil embarcar a jóvenes en el sector, sobre todo en la pesca costera, más pequeña, donde dice que las condiciones son más duras y la probabilidad de que las generaciones futuras tomen el relevo es menor.

«En la pesca de bajura, puedes estar despierto 20 horas. En la pesca de altura, pasas mucho más tiempo fuera de casa. Pero, en mi caso, descanso más», dice Unai.

Somos lo que comemos

Alba Aguilera Olivencia, de 24 años, conoce muy bien la realidad de la pesca artesanal.

«Colocamos las redes antes de que se ponga el sol y las recogemos cuando se ha puesto. Así que dormimos en el barco. Echamos las redes, pescamos, vendemos en el mercado, volvemos a echar las redes… y así sucesivamente», explica a Euractiv.

Y todo ello a cambio de un sueldo incierto y, por lo general, escaso.

«Después de trabajar todo el día, puedes ganar 50, 100, 200 euros, o nada. No se sabe. Es como una ruleta; no sabes dónde caerá la bola. El mar te da lo que quiere darte». explica.

Cuarta generación de pescadores en su familia, Alba siente pasión por el mar desde que tiene uso de razón.

«Mi madre era camionera en el puerto de Barcelona, la única mujer. Mi padre era pescador. Fui su primera hija, y fue difícil para ellos porque los dos trabajaban de noche. A veces me levantaba antes que él y salía en el barco para aprender».

Pero su padre no quería que fuera pescadora, le decía que era «demasiado precario». Tras trabajar en un club nocturno -que, según ella, la llevó por caminos equivocados- y luego en barcos de pasajeros, finalmente retomó la tradición familiar.

Alba afirma ser la armadora más joven de Cataluña. «Vaya al puerto que vaya, soy la más joven, tanto entre hombres como entre mujeres, así que renovación generacional ¿dónde? (…) Soy la última», dice.

Sus amigas siguen sin entenderlo. «Chica, qué asco, eres masoquista», le dicen.

Alba se enfada cuando le preguntan cómo mantener a flote la pesca artesanal a pequeña escala. Acusa a Madrid y Bruselas de tratar a barcos como el suyo como pesca a escala industrial y asfixiarlos con restricciones.

Y lamenta que, en su querido Mediterráneo, los consumidores opten por pescado capturado a miles de kilómetros.

«Todos acabaremos comiendo salmón. Y juro que me moriré sin probarlo».

Preguntada por esta atrevida afirmación, la trata de sentido común.

«En el Mediterráneo, si tienes un paladar refinado, puedes disfrutar del lanzón, la solenette, el pez loro, el rodaballo, la langosta europea, la langosta espinosa y la gamba roja. Y para un paladar más sencillo, está la brótola, mi favorita, el rape, la sardina y la bacaladilla…» y la lista continúa.

«¿De verdad cree que voy a comer salmón?», se ríe.

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(Editado por Euractiv.com y Fernando Heller/Euractiv.es)

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